lunes, 14 de julio de 2014

Carlos Viteri: "¿Existe el concepto de desarrollo en la cosmovisión indígena?"

(Carlos Viteri es un asambleísta (congresista) y antropólogo indígena Kiwcha de Ecuador. Uno de los primeros intelectuales indígenas que en 1993 plantea los primeros lineamientos de lo que se llama actualmente como "Buen vivir": un concepto-planteamiento filosófico de los pueblos originarios respecto al concepto de "desarrollo" y la sociedad occidental. Este modelo de vida o filosofía es la que actualmente predican muchos pueblos indígenas del mundo, y la encarnación práctica son los gobiernos de Bolivia y Ecuador que recogen esta visión en sus respectivas constituciones. Reproducimos uno de sus artículos y más adelante discutiremos aspectos de su propuesta, sobre todo los referidos a la globalización cultural, aspectos que consideramos trascendentales para la mejor comprensión de los fenómenos sociales aborígenes).
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"En la cosmovisión de las sociedades indígenas, en la comprensión del sentido que tiene y debe tener la vida de las personas no existe el concepto de desarrollo. Es decir, no existe la concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un estado anterior o posterior, a saber, de sub-desarrollo y desarrollo; dicotomía por la que deben transitar las personas para la consecución de una vida deseable, como ocurre en el mundo occidental. Tampoco existen conceptos de riqueza y pobreza determinados por la acumulación o carencia de bienes materiales.
Mas existe una visión holística a cerca de lo que debe ser el objetivo o la misión de todo esfuerzo humano, que consiste en buscar y crear las condiciones materiales y espirituales para construir y mantener el súmac káusai (buen vivir), que se define también como vida armónica.
Por la diversidad de elementos a los que están condicionadas las acciones humanas que propician el súmak káusai, como son el conocimiento, los códigos de conducta éticas y espirituales en la relación con el entorno, los valores humanos, la visión de futuro, entre otros, el concepto del súmak káusai constituye una categoría central de la filosofía de vida de las sociedades indígenas. Visto así el súmac káusay constituye una categoría en permanente construcción.
Por este motivo resulta inapropiado y altamente peligroso aplicar en las sociedades indígenas, el paradigma desarrollo tal y como es concebido en el mundo occidental, ni siquiera en el supuesto de que este concepto lejos de ser la entelequia que es, resulte un sinónimo de bienestar. Puesto que el súmak káusai tiene una trascendencia mayor a la sola satisfacción de necesidades y acceso a servicios y bienes. En este contexto la visión de la vida y del buen vivir, sintetizados en la categoría filosófica del súmak káusai, no puede entenderse como un concepto análogo al desarrollo.
El "Buen vivir" se sustenta en el conocimiento, que es la condición básica para la gestión de las bases locales ecológicas y espirituales de sustento y resolución autónoma de las necesidades. Aquello supone el desarrollo de sistemas productivos coherentemente adaptados a las condiciones del entorno.
El conocimiento trasmitido a través de las generaciones, a tiempo de colocar a los individuos de una comunidad en una condición equitativa en cuanto a capacidad, destreza, identidad y cosmovisión, establece también valores imprescindibles para los procesos productivos y de resolución autónoma de necesidades, como la solidaridad y reciprocidad, lo cual es evidente por ejemplo en la Minga.
El conocimiento incluye además la esfera de lo trascendente o de lo espiritual. Allí se configura la visión indígena sobre el universo selva, en donde las distintas formas de vida son concebidas como seres análogos a las personas, guiadas y protegidas por grandes espíritus, con quienes el hombre está destinado a convivir en base al diálogo permanente. En esta comprensión, la selva se convierte un continente de escenarios sagrados, por ejemplo: una gran laguna, un cerro, las cascadas, las profundidades fluviales, entre otros, son considerados escenarios sagrados, por ser moradas de los espíritus protectores de las vidas de la selva.
En el contexto de esta visión se ejercen muchas de las formas de utilización o manejo de los distintos escenarios y recursos de la selva, por ejemplo, los rituales agrícolas de la siembra que se practican constituyen pactos de alianza para la vida, y que se establece mediante el diálogo con el espíritu de la tierra. Los asentamientos humanos, el uso del suelo en varios casos mantienen sistemas itinerantes, y están en función del mantenimiento y la protección de la biodiversidad agrícola y del bosque, propiciando una permanente recreación de dichos lugares, evitando sobre-explotación de recursos y deterioro o contaminación ambiental.
Dentro de esta visión, la selva y la tierra son estratos que unen los espacios físicos con lo intangible, lo material con lo espiritual, cuyo mediador constituye la persona savia (yachac en runa shimi). La práctica social de ésta visión sobre la vida y el cosmos, resulta fundamental en la dinámica de la construcción del Alli Káusai.
La pobreza en la visión indígena
"Mútsui", es un concepto que los quichuas de Pastaza utilizan como una categoría de pobreza circunstancial. No se trata de la pobreza estrictamente material y de carencia de servicios entendidos desde la lógica occidental y, sobre los que los Estados y organismos internacionales elaboran tablas e indicadores de medición.
Mútsui se entiende como la carencia de productos primordiales de la biodiversidad agrícola sin cuyo sustento resulta inconcebible la seguridad alimentaría. Las causas del Mútsui pueden ser diversas, siendo la principal las inundaciones corroboradas por las fallas en la utilización de los distintos pisos ecológicos en la siembra itinerante.
El Mútsui está asociado a falencias relacionadas a la posesión y al manejo de la biodiversidad agrícola, al conocimiento sobre los tipos de suelo, los pisos ecológicos, entre otros aspectos. Y además está relacionado a ausencia de una actitud hacia la prevención y de visión a largo plazo.
Al fallar estos elementos, una familia o una comunidad puede caer en el Mútsui, que es el único y verdadero criterio de pobreza entendido culturalmente por los quichuas de esta parte del país, aquella que está relacionada con la seguridad alimentaría y concretamente con los productos agrícolas fundamentales, aún cuando la caza y la pesca no faltare.
La solidaridad y la reciprocidad que caracteriza la economía y la cultura de la sociedad indígena resulta la mejor respuesta al Mútsui. Por ello el mutsui, es decir este estado de pobreza concebido culturalmente es algo circunstancial y no crónico como la pobreza generada por el desarrollo. Por ello el Mútsui se concibe como un hecho absurdo e indigno.
De ahí que la creciente adopción del criterio de pobreza material y monetaria resulta relativamente nuevo, como consecuencia de las transformaciones que se viven y fundamentalmente por la reducción paulatina de las bases locales de subsistencia, y la reducción de las capacidades de resolución autónoma de las necesidades, impuestas por el sistema educativo estatal, la ampliación de la frontera colonizadora, las agresiva actividad extractiva de hidrocarburos y de bosque; las migraciones, los procesos de urbanización de las comunidades indígenas amazónicas.
Sin embargo existen una gran número de comunidades que al ejercicio de los patrones culturales adaptan elementos exógenos compatibles con la filosofía del buen vivir, como es el caso de comunidades localizadas al interior de la selva que cuentan con servicio de transportación aérea o con programas de turismo comunitarios".

Fuente: Actualidad Étnica, 18 de agosto, 2006.

miércoles, 9 de julio de 2014

Una teoría liberal de los derechos de las minorías

"Ciudadanía multicultural", de Will Kymlicka
La coexistencia de distintos grupos culturales en una comunidad política plantea un problema de la concepción de la ciudadanía. Para el liberalismo, lo que distingue a la ciudadanía democrática es que trata a las personas como individuos con iguales derechos ante la ley. En cambio, el reconocimiento de las minorías lleva a que los derechos de sus miembros dependan, al menos en parte, de su pertenencia a un grupo. ¿Son conciliables ambas posturas? Will Kymlicka lo intenta en su esclarecedor libro Ciudadanía multicultural (1).
Will Kymlicka, profesor de Filosofía Política de la Universidad de Ottawa, ha escrito otros conocidos libros como Liberalism, Community and Culture (1989) y Contemporary Political Philosophy (1991), traducido en la editorial Ariel con el título Filosofía política contemporánea (1995).
En Ciudadanía multicultural, Kymlicka realiza un análisis riguroso y equilibrado de la integración de las minorías culturales en sociedades con una cultura mayoritaria dominante. Asombra que un investigador medianamente joven se enfrente a un tema tan cargado de apasionamientos con una serenidad intelectual envidiable (2). Su exposición es pedagógica y clara. Deslinda y define bien los conceptos, argumenta siguiendo un hilo conductor y concluye con coherencia.
Con independencia de que se compartan o no algunas de sus opiniones, buena parte del libro se nutre de datos históricos documentados que contribuyen a aumentar los conocimientos de cualquier persona. De modo que es una buena terapia para dos tipos de enfermedades: la de aquellos que exageran el derecho a su cultura y no respetan los derechos de los demás, y la de quienes tienen fobia a las diferencias.
Derechos individuales y derechos colectivos
Kymlicka parte de una teoría liberal del Estado, pero a la vez aboga por la identidad cultural de los grupos sociales o de los pueblos.
Conviene aclarar que el liberalismo que Kymlicka defiende no es el que hoy se identifica con el neoliberalismo económico. Cuando a lo largo del texto se habla de "principios liberales", en muchas ocasiones ese término equivale a defender los derechos civiles individuales, que fueron reclamados por el liberalismo, y que hoy están recogidos en la mayoría de las constituciones occidentales. Este liberalismo insiste en que la base de las sociedades democráticas modernas es el respeto a todas las personas consideradas como libres e iguales.
La novedad de la obra está en que Kymlicka intenta demostrar que la teoría política liberal no debe defender sólo los derechos de los individuos, sino también los derechos de los diferentes grupos culturales. Hasta ahora muchos liberales han visto en esto una oposición o una incompatibilidad. En cambio, Kymlicka sostiene que "una teoría liberal de los derechos de las minorías debe explicar cómo coexisten los derechos de las minorías con los derechos humanos, y también cómo los derechos de las minorías están limitados por los principios de libertad individual, democracia y justicia social. Tal explicación constituye justamente el objetivo de este libro" (pág. 19).
Para deslindar campos, Kymlicka distingue entre Estados "multinacionales" (donde la diversidad cultural surge de la incorporación a un Estado mayor de culturas que anteriormente poseían autogobierno y estaban concentradas en un territorio) y Estados "poliétnicos" (donde la diversidad cultural surge de la inmigración). Y a partir de ahí explica la distinta situación de "minorías nacionales" (en Estados multinacionales) y de "grupos étnicos" (en Estados poliétnicos).
Las primeras se caracterizan por ser grupos culturales preexistentes en un territorio concreto, y que son invadidos contra su voluntad, o pasan a formar parte de otra nación con otra cultura mayoritaria, como consecuencia también de un proceso de federalismo o por distintos acuerdos.
En la inmigración, en cambio, un individuo o un grupo familiar deciden libremente trasladarse a un país de cultura diferente. Luego la reclamación de sus derechos culturales es diversa a la del primer caso. Los inmigrantes no tienen derecho a exigir el autogobierno, pero sí a obtener un respeto institucional y legal a la expresión de su propia identidad.
En pro de una ciudadanía diferenciada
Algunos liberales han sostenido que así como el Estado liberal mantiene la separación entre Estado y religión, del mismo modo debe construirse sin distinguir entre sus ciudadanos por razón de su pertenencia a un determinado grupo cultural. El ciudadano liberal sólo reflejaría su pertenencia cultural en su vida privada.
Esto, dirá Kymlicka, es una utopía. Además de los derechos comunes de todos los ciudadanos es posible defender la necesidad de una ciudadanía diferenciada, según la cual el Estado tiene obligación de adoptar "medidas específicas" orientadas a acomodar las diferencias nacionales y étnicas.
Existen, al menos, tres formas de derechos diferenciados en función de la pertenencia a un grupo:
1) derechos de autogobierno (la delegación de poderes a las minorías nacionales, a menudo a través de algún tipo de federalismo);
2) derechos poliétnicos (apoyo financiero y protección legal para determinadas prácticas asociadas con determinados grupos étnicos o religiosos);
3) derechos especiales de representación (escaños garantizados para grupos étnicos o nacionales en el seno de instituciones centrales del Estado que los engloba) (pág. 20).
La reclamación del pensador canadiense es muy clara: a los grupos nacionales o grupos con una etnicidad específica se les debe reconocer una identidad política permanente con un estatus constitucional.
Las teorías tradicionales de los derechos humanos no han dado una solución a esta cuestión. La propia Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU no reconoció ningún derecho relacionado con los grupos étnicos o las minorías nacionales.
El valor de la pertenencia grupal
Kymlicka intenta hacer ver que la cultura no es un sobreañadido a los derechos individuales de la persona, sino que está intrínsecamente unida a la libertad del individuo. Si no fuera así, sería más cómodo y muchas veces más barato homogeneizar. Por lo tanto, hay que garantizar la identidad cultural dentro del marco del liberalismo. "Los principios básicos del liberalismo son principios de libertad individual. Los liberales únicamente pueden aprobar los derechos de las minorías en la medida en que éstos sean consistentes con el respeto a la libertad o autonomía de los individuos" (pág. 111). Kymlicka demuestra que los derechos de las minorías no sólo son compatibles con la libertad individual, sino que pueden de hecho promoverla porque la causa de la libertad muchas veces encuentra sus bases en la autonomía de un grupo nacional (capítulo V, "Libertad y cultura").
Pretender la separación entre Estado y cultura es absurdo. Hoy más que nunca las sociedades liberales deben responder a cuestiones relacionadas con las minorías culturales, entre las que Kymlicka señala: "¿Qué lenguas deberían aceptarse en los Parlamentos, burocracias y tribunales?, ¿se deberían dedicar fondos públicos para escolarizar en su lengua materna a todos los grupos étnicos o nacionales?, ¿se deberían trazar fronteras internas (distritos legislativos, provincias, Estados) tendentes a lograr que las minorías culturales formen una mayoría dentro de una región local?, ¿debería devolver poderes gubernamentales el nivel central a niveles locales o regionales controlados por minorías concretas, especialmente en temas culturalmente delicados como la inmigración, las comunicaciones y la educación?, ¿deberían distribuirse los organismos políticos de acuerdo con un principio de proporcionalidad nacional o étnica?, ¿se deberían conservar y proteger las zonas y lugares de origen tradicionales de los pueblos indígenas para su exclusivo beneficio, protegiéndoles de la usurpación de los colonos o de los explotadores de recursos?, ¿qué grado de integración cultural puede exigirse de los inmigrantes y los refugiados antes de que adquieran la ciudadanía?" (págs. 17-18).
Restricciones internas y protecciones externas
Según el profesor canadiense, los procedimientos tradicionales vinculados a los derechos humanos no son capaces de resolver estas controvertidas cuestiones. Por eso él defiende la necesidad de formas de ciudadanía diferenciada en función del grupo.
Muchos liberales temen que los derechos colectivos reivindicados por los grupos étnicos y nacionales vayan en contra de los derechos individuales. Para aclarar la cuestión, Kymlicka distingue entre dos tipos de reivindicaciones que un grupo podría hacer.
Por una parte, un grupo puede reinvindicar el derecho a limitar la libertad de sus propios miembros para asegurar la solidaridad del grupo o evitar que abandonen las costumbres tradicionales (son "restricciones internas"); o bien puede pretender limitar el poder ejercido sobre él por la sociedad en la que está englobado, con el fin de asegurar que los recursos y las instituciones de las que depende la minoría no sean vulnerables a las decisiones de la mayoría ("protecciones externas").
Kymlicka piensa que las "protecciones externas" no entran en conflicto con los principios liberales que protegen la libertad individual. Estas protecciones "únicamente son legítimas en la medida en que fomentan la igualdad entre los grupos, rectificando las situaciones perjudiciales o de vulnerabilidad sufridas por los miembros de un grupo determinado" (pág. 212). Sin embargo, no ocurre lo mismo con las "restricciones internas". Por ejemplo, cuando algunos gobiernos tribales indígenas discriminan a aquellos miembros de la tribu que abandonan la religión tradicional del grupo, o cuando algunas culturas minoritarias discriminan a las niñas en materia educativa. ¿Hay que dar por buenas estas decisiones en nombre del respeto a la estructura interna de una comunidad? Un liberal, dice Kymlicka, no puede admitir que se viole la libertad del individuo en aras de salvaguardar la identidad cultural del grupo.
Este límite no supone imponer un tipo de cultura sobre otra, sino respetar los derechos humanos que figuran positivizados en la mayoría de las constituciones del mundo. Los grupos deben garantizar a sus miembros la capacidad crítica de replantearse sus propios valores y metas en la vida, así como la libertad de conciencia, que no puede ser usurpada por la colectividad. Por tanto, Kymlicka rechaza algunas de las propuestas de comunitaristas como Sandel en este punto. Según este último, el individuo pertenece de un modo fijo a una comunidad cultural más allá de cualquier cuestionamiento racional (3).
En resumen, dice Kymlicka, "una perspectiva liberal exige libertad dentro del grupo minoritario, e igualdad entre los grupos minoritarios y mayoritarios" (pág. 212).
Límites de la tolerancia
Pero ¿qué hacer cuando una minoría nacional autogobernada adopta prácticas iliberales respecto a sus propios miembros? ¿Los Estados liberales deberían imponer el liberalismo a estas minorías? Kymlicka piensa que "tanto los Estados extranjeros como las minorías nacionales constituyen comunidades políticas distintas, con sus propios derechos al autogobierno. En ambos casos los intentos de imponer los principios liberales por la fuerza se perciben como una forma de agresión (...) y acaban en un rotundo fracaso" (págs. 230-231).
Esto tampoco justifica el conformismo. En una sociedad liberal se puede exigir a quienes se integran desde fuera que asuman la obligación de cumplir con los derechos civiles. En el caso de las minorías con autonomía, no se debe interferir coactivamente, pero se puede tratar de dialogar y utilizar vías racionales. "Una minoría nacional que gobierna de manera iliberal actúa injustamente, y los liberales tienen el derecho, y la responsabilidad, de manifestar su disconformidad ante esta injusticia. Por tanto, los reformistas liberales de estas culturas deberían intentar promover sus valores liberales, mediante las razones o el ejemplo, y los liberales ajenos a ellas deberían prestar su apoyo a todas las iniciativas del grupo encaminadas a liberalizar su cultura" (págs. 231-232). En el caso de que sean otros países, sólo será posible influir a través de mecanismos internacionales, pero esto nunca justifica la intervención.
Hubiera sido más claro que Kymlicka, en lugar de hablar de "principios liberales", usara el lenguaje de los derechos civiles o los derechos individuales. Aunque históricamente se formularan de la mano del liberalismo, esos principios son más bien derechos humanos. En realidad, lo que viene a decir es que ningún grupo cultural tiene derecho a conculcar los derechos de los individuos por preservar su propia cultura; un derecho concreto y crucial para un liberal es, por ejemplo, la libertad religiosa, otro sería la igualdad de hombre y mujer.
Inmigración y diversidad cultural
Kymlicka analiza muy bien la situación americana, sobre todo de los países receptores de inmigración. Es un buen conocedor de la situación de Canadá, con sus minorías indias y el hecho diferencial de Quebec; de la inmigración en EE.UU. y del autogobierno de los portorriqueños, chicanos, indios americanos, de la problemática de los afroamericanos que merece un tratamiento aparte; de los indígenas en Latinoamérica.
Su actitud es muy respetuosa con la voluntad de los integrantes de los grupos culturales. En este punto hace gala de un liberalismo también coherente.
Aporta así un marco conceptual interesante desde el que se podrían examinar dos problemas típicamente europeos y que no se han dado en América. Uno es la confrontación del islamismo con la cultura liberal europea, fenómeno realmente preocupante en el Viejo Continente. El otro son los nacionalismos que pueden dar lugar a secesiones, no siempre pacíficas.
Kymlicka prudentemente afirma que cada caso merece un tratamiento diferente. Así, insiste en la diferente actitud de los grupos nacionales, que suelen reclamar su autogobierno, y la de los inmigrantes, que persiguen la integración dentro del marco legal del país de acogida, lo que no es obstáculo para que quieran además mantener su identidad cultural.
La actitud de Kymlicka ante la inmigración y la diversidad cultural que ésta genera es altamente positiva. Al contrario de lo que están haciendo muchos liberales en Estados Unidos, no propugna un sincretismo. Deja muy claro que la cultura norteamericana, mal llamada melting pot, es en realidad una cultura anglosajona, no una síntesis de varias.
Indudablemente se observa una evolución en la actitud y en la procedencia de los inmigrantes de Estados Unidos a lo largo de este siglo. Los de la primera oleada fueron europeos y se fundieron en la cultura de los primitivos colonos de origen anglosajón. La segunda oleada está formada por orientales e hispanos, con un mayor afán de conservar sus raíces.
Otro problema diferente es el de los exiliados y refugiados. En general, estas personas ven su situación como provisional, aunque algunos acaban transformándose en inmigrantes.
En definitiva, un libro que invita a la reflexión serena, pionero y que introduce claridad en un debate muchas veces confuso.
María ElóseguiMaría Elósegui Itxaso es Profesora Titular de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza._________________________(1) Will Kymlicka. Ciudadanía multicultural. Paidós. 303 págs. 2.750 ptas. Barcelona (1996). T.o.: Multicultural Citizenship. Oxford University Press. Oxford (1995). 280 págs.(2) Sobre este debate véase también elservicio 32/96: María Elósegui, "La democracia liberal ante las identidades culturales".(3) Sobre el debate entre liberales y comunitaristas, cfr. servicio 51/96: Manuel García de Madariaga, "¿Debe ser el Estado éticamente neutro?".

Fuente:http://www.aceprensa.com/articles/una-teor-a-liberal-de-los-derechos-de-las-minor-as/

miércoles, 2 de julio de 2014

Identidad mundial, realidad local: los complejos procesos de integración étnica en Ecuador


Visitamos Ecuador hace poco como parte del viaje internacional del programa Embajadores Indígenas de Americans for Indian Oppotunity-AIO, una organización no gubernamental de Nuevo México (USA) que busca formar líderes con perspectiva internacional bajo los criterios ancestrales. La idea es que luego sean portavoces de las problemáticas y oportunidades de los pueblos a los que representan en sus respectivos países. 

En la Comunidad Nativa Achuar de Masutko, con Embajadores Indígenas de Americans for Indian Opportunity-AIO

En este caso visitaron 16 embajadores de Estados Unidos, Perú, Bolivia, Samoa, Nueva Zelanda, Japón, Alaska y Hawaii. La Fundadora y Presidenta del Programa  es LaDonna Harris, una lidereza del pueblo indígena Comanche y ex esposa del Senador Demócrata Fred Harris. Americans for Indian Opportunity-AIO es una de las principales y más antiguas organizaciones de representación y luchas indígenas en los Estados Unidos.

Durante los dos años que dura el Programa de Embajadores los integrantes conocen y estudian la historia de varios pueblos originarios del mundo, dialogan con las autoridades locales y federales de Estados Unidos así como con las autoridades extranjeras y comparten experiencias y perspectivas para crear una comunidad global de indígenas para dialogar con el resto de las civilizaciones. Los valores que nutren y alimentan el programa son “las 4 erres”: La Responsabilidad, La Redistribución, La Relación y El Respeto; valores que toda comunidad originaria comparte entre sí.

La visita duró 9 días en total, y se tuvo reuniones con organizaciones campesinas como la Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras-FENOCIN, y la Coordinadora Campesina “Eloy Alfaro”. También se tuvo reuniones con varios líderes indígenas locales Quichuas, Shuar y Achuar. Fue interesante para los visitantes conocer la lucha de dichas organizaciones por mantener la forma tradicional de producción de los alimentos y la no privatización de los recursos como el agua, las tierras y el espacio.

Generó mucho impacto, sobre todo para los embajadores de Estados Unidos, el claro y férreo discurso contra el Tratado de Libre Comercio O TLC con el país norteamericano. Según ellos, esto conduciría a una especie de “McD-Mundialización” de los recursos naturales, haciendo referencia a la conocida cadena de Fast Food McDonalds, algo que según ellos había “envenado” a las personas y al ecosistema. No lo permitirían.

Por parte del Estado se estuvo con el Canciller de Relaciones Exteriores Ricardo Patiño, quién nos dio los alcances del gobierno al que representaba en materia de inclusión social. Ecuador no solo ha modificado su constitución para volverla más acorde con la realidad multiétnica, al igual que Bolivia, sino que también va abriendo una ventana para que afrodescendientes, indígenas y andinos puedan seguir una carrera diplomática. El Canciller manifestó que actualmente existían un aproximado de 240 “minorías” que estaban siguiendo dicha carrera. Algo que por su puesto pudimos comprobar aquella tarde friolenta en Quito, donde  el auditorio, repleto de coloridos trajes, reflejaba la pluralidad cada vez más creciente en Ecuador.


LaDonna Harris, Presidente del Programa de Embajadores Indígenas de Americans for Indian Opportunity-AIO haciendo entrega de presentes al Canciller de Ecuador Ricardo Patiño- Quito-Ecuador.

Se tuvo encuentros también con el Pte. del Parlamento Andino y la Embajadora de Bolivia en Ecuador. Se discutió bastante el concepto del “bien vivir o buen vivir” como propuesta filosófica indígena, en contraposición al “bienestar”, concepto exclusivamente mercantilista y trasfondo filosófico del estilo de vida del ciudadano occidental, sobre todo de aquellos posteriores al “Consenso de Washington"[i].

Luego de las reuniones en Quito se pasó a visitar el poblado de Otavalo. Fue especialmente interesante esta visita debido a la necesidad de conocer a los indígenas de la sierra, los Quichuas y la forma cómo combinaban tradición y modernidad sobre la base de las artesanías y los telares. Los otavaleños son famosos por sus exquisitas artesanías y por mantener viva su forma de vestirse y su ser propio de “ser originario”. El taxista que nos transportó desde el Aeropuerto hacia la ciudad de Quito nos explicó que los otavaleños eran recios, y que difícilmente se dejaban cortar el cabello largo que arrastraban y que incluso en el ejército era normal el dejarlos con sus largas cabelleras. Una muestra, según él, de respeto hacia los indígenas: “Algo que solo había empezada a suceder en el régimen del Presidente Correa”, decía.

En el caso de la selva se visitó Kapawi Lodge, en el río Kapawari, sector Pastaza, en el límite entre Ecuador y Perú. Kapawi Lodge es una empresa de ecoturismo enteramente manejada por los Achuar. Inicialmente perteneció un exitoso empresario pero luego de 20 años pasó a manos de los nativos locales. El gerente del hotel, un Achuar vestido con su vestimenta tradicional, nos recibió con un inglés bastante avanzando una tarde donde la lluvia, el viento y los animales se conjugaban como un todo, recordándonos acaso la unidimensionalidad de la Madre Tierra y sus misterios.

Estando ahí se visitó a la comunidad indígena de Masutko, donde compartimos sus mitos y tradiciones. Tomamos yerbas para expulsar el mal. Según el Maestro que nos dio de tomar las yerbas,  aquello era para purificar  nuestro cuerpo y prepararnos así para recibir, en “estado de pureza”, la energía de la naturaleza que nos iba acompañar en nuestro largo viaje. Los embajadores no dudaron en sumarse a ese acto sagrado y cogiendo las vasijas de barro, desde las 3 de la mañana, empezamos a tomar una y otra vez hasta sacar (vomitar) de nosotros los temores y maldades que nos acorralaban. 

Todos terminamos exhaustos pero al cabo de unos minutos, una extraña fuerza reanimadora se apoderó de nosotros. Todos nos sentíamos poseídos y haciendo un círculo en torno al Maestro, empezamos a escuchar con la frente en alto las narraciones o enseñanzas de su comunidad. Cada narración o cuento dejaba un mensaje para la vida. Nos contó el origen del fuego, el origen de la canoa, etc. Fue una de esas experiencias que nunca se olvidan y Masutko quedará por siempre en el corazón de los embajadores.

Luego de dos días por la selva ecuatoriana, por invitación del Canciller de Relaciones Exteriores se visitó las zonas contaminadas por Chevron-Texaco en la Región de Loja. Como sabemos, Chevron-Texaco dejó contaminada una zona de la amazonía con cerca de 200 piscinas de residuos tóxicos de petróleo. Los afectados, acompañados por su gobierno, le hicieron un juicio a Chevron por 19 mil millones de dólares. Aunque finalmente el juicio terminó con cerca de 9 mil millones de dólares que la Corte de Justicia de Ecuador dictaminó para que la empresa pagara, lo cierto es que actualmente la transnacional le está entablando otro juicio al Gobierno Ecuatoriano ante la Corte Internacional de la Haya para que sea dicho gobierno quien cancelara esa suma, aduciendo una intromisión y violación de sus derechos durante el desarrollo del juicio.


Una de las piscinas contaminadas por Chevron-Texaco en la selva ecuatoriana.

Para conocer al Ecuador en su estructura social interna, se visitó la ciudad de Quito tanto en sus ámbitos turísticos, económicos, sociales y culturales. Se notó los contrastes entre la clase pudiente e indígena. Las contradicciones propias de una sociedad  producto de la “Conquista”, con su racismo de por medio, bastante fuerte por cierto.

Conclusiones del viaje:

Políticamente: El gobierno actual del Presidente Correa, con su lema “La Revolución Ciudadana”, lo que pretende, al menos políticamente, es “redescubrir” al Ecuador profundo, es decir, ha creado todo un programa para que los excluidos tengan mayor participación en la toma de decisiones sobre el Estado y la Sociedad. Prueba de ello es que en la Cancillería Ecuatoriana, unas 210 minorías étnicas están laborando como secretarios y seguir así una carrera diplomática. Así como ellos, muchos otros se encuentran en varias instancias del gobierno.

Al tener una postura más social, el Pte. Correa ha empezado a rozar con otros frentes que no están de acuerdo con él, sobre todo la clase media pudiente y que la que clásicamente ha manejado el poder y el Estado. No es casual que gran parte de sus seguidores y que lo respaldan son los indígenas y las clases populares. Esto ha conllevado a una dicotomía entre su proyecto político y la oposición, en su mayoría integrada por  políticos tradicionales y conservadores, así como por el sector privado y la clase económicamente más elevada.

Económicamente: Ecuador es un país que está creciendo poco a poco. Sin embargo, es menos avanzado que el Perú y otros países latinoamericanos en varios aspectos. Industrialmente no tiene mucho que aportar; es más conocido por ser un país exportador de bananos.

El asunto de la minería y el petróleo es nuevo. No tienen experiencia de trabajo con las comunidades (o las hay muy pocas). Son rubros donde las posiciones son claramente marcadas. Hay un cierto sector empresarial que empieza a apostar por la minería y el petróleo, pero las comunidades rechazan tales actividades. Tanto la FENOCIN como la Coordinadora Campesina “Eloy Alfaro” expresaron su descontento sobre dichas actividades. Para ellos es mejor “la soberanía alimentaria”[ii],  que dejar ingresar a compañías que dicen destruyen la vida.

La Comunidad  Achuar de Masutko que visitamos en el Pastaza expresaron que jamás dejarían entrar en sus territorios a las empresas petroleras.

Socialmente: Ecuador es claramente un país dividido. El movimiento indígena se ha tumbado casi 8 gobiernos los últimos 12 años. Pero no existe un punto de encuentro común, salvo quizás el deporte. No se ha desarrollado aún la gastronomía. En este punto es bien bajo. Así mismo, existen una sensación de “no aceptación”  por su legado originario, por lo tradicional e indígena de su sociedad. Esto se pudo comprobar en las calles donde el “otavaleño” era muchas veces visto como un ser raro, desconectado.

Ecuador es un país rico en paisajes y espacios humanos donde tranquilamente se pueden desarrollar y madurar el concepto de identidad común a pesar de las diferencias. El Pte. Correa está intentado lograr esto. Gran parte de los ciudadanos en las calles defiende su trabajo.

Esta realidad no es ajena a los países latinoamericanos como el Perú. La experiencia del coloniaje generó brechas sociales entre “los que más tienen y los que menos tienen”. En otros países, dichas brechas son más evidentes como en el caso de Ecuador.

Una forma de ir trabajando la integración es creando programas académicos para los ciudadanos conozcan más su país. Sobre todo aquellos sectores “europizados” y la clase política y económica. La diversidad social es una riqueza y capitalizando eso se puede dar pie a otro tipo de visión y progreso, tal vez más completo y genuino.






[i] Cfr. “El Consenso de Washington” es un documento con una serie de recomendaciones económicas para que los países pobres puedan aplicar y así salir de su subdesarrollo y desventaja. El “Consenso de Washington” fue trabajado por varios economistas, sobre todo jóvenes académicos americanos seguidores de Keynes y Fred Hayek, padres del Neoliberalismo. Estas recomendaciones fueran aplicadas en Chile y la mayoría de las sociedades del tercer mundo en los años ochenta y noventa.
[ii] Cfr. “Soberanía alimentaria” es aquella visión que defiende el trabajo de los campesinos e indígenas para una agricultura libre de transgénicos y el comercio neoliberal, que según ellos, genera un desequilibrio en las relaciones e impone un modus operandi basado en la excusión económica.

13 Reglas para un diálogo productivo con los pueblos indígenas

 Entienda que son personas. Por lo tanto, tienen las mismas necesidades que Ud.   Entienda que el español es su segunda lengua. Por ende...