jueves, 28 de julio de 2011

Educación Intercultural Bilingüe-Informe Defensorial N° 152

Discurso-Testimonio


Quiero empezar mi intervención evocando una frase del gran filósofo alemán Hegel: “El reconocimiento, dice, no es una cortesía, sino, una necesidad vital para la realización de las personas…”.

Soy Shuar Velásquez, tengo 26 años y estoy culminando la carrera de filosofía aquí en Lima. Nací en Palometa, una Comunidad Nativa del Distrito de Río Santiago, Provincia de Condorcanqui, Amazonas. Soy del Pueblo Nativo Wampís-Awajún.

Mi primer grado de escuela primaria lo hice en mi comunidad y cuando mis padres me llevaron a un centro poblado de colonos me hicieron repetir de año debido a que mis nuevos profesores habían considerado que lo había hecho en la comunidad era nada o que “estaba en cero”.

6 años estudié en una escuela primaria donde la mayoría de los profesores eran hispanos, a pesar de que más del 50% del alumnado eran indígenas.

Recuerdo que mis primeros años eran difíciles. Tenía problemas con el lenguaje y eventualmente era discriminado porque no hablaba bien el español. Algunos profesores eran nativos y percibía en ellos un aire de inferioridad “con lo suyo” (pues varios no querían hablar la lengua originaria por más que algunos de nosotros, como yo, les insistíamos en nuestra lengua…).

Conforme iban avanzando los años fui comprendiendo las razones de ese nuevo entorno al cual me estaba insertando: Santa María de Nieva, la Capital de la Provincia de Condorcanqui, no solo era un escenario de tres actores en concreto (los wampís,  los awajún y los colonos), sino que también era la dimensión donde los rostros y las miradas, confundidas con los lenguajes y actitudes, esgrimían una verdad tan distante y tan cercana a todos nosotros y que es la Amazonía.

La formación secundaria lo realicé en un internado. Un colegio de misioneros donde, a diferencia de la primaria, la mayoría de mis profesores eran indígenas. Aquí estudiábamos los mitos y leyendas de nuestros pueblos. Trabajábamos la chacra para sembrar y cosechar según nuestros ancestros. Habían épocas donde un anciano, de alguna comunidad cercana, venía a enseñarnos cómo hacer una buena canoa, una buena cerbatana, un buen tawás (corona de plumas), etc..

Luego de estar 6 años en un lugar donde, además de hablar solamente el español se hacían también los desfiles por Fiestas Patrias y leer y escuchar el origen del Tahuantinsuyo, para mí la experiencia de la educación secundaria fue hasta cierto punto algo nuevo y diferente.

La experiencia de la secundaria me permitió revivir aquellos primeros momentos de mi estancia en la comunidad, donde junto al fuego, al atardecer, mi abuelo y mi abuela me contaban historias sobre nuestros orígenes y la vida. Historias que hoy, conjugadas con las relaciones de nuestra diversidad social, al menos en mi caso, pretenden abrir el debate y la acción para un auténtico reconocimiento en nuestro país.

Pienso, al igual que el gran filósofo Hegel, que sin el reconocimiento, las personas no solo podemos dejar de vivir como tales, sino que, además, dejamos de ser socialmente, no podemos ser ciudadanos. De modo que para mí, el reconocimiento, basada en mis experiencias y reflexiones, tiene dos componentes fundamentales. Un componente es lo humano-relacional y otro componente es lo legal-estructural.

Permítanme ahondar un poco.

El primer componente es aquello que nos habla de los “primeros momentos de nuestra existencia”. Cuando éramos niños, todos sentimos, de alguna forma, el cariño y los besos de mamá; sus abrazos, su cercanía, su seguridad (junto a los pasos, claramente, de papá). Estos momentos son cruciales para que el niño, mañana adulto, pueda no solo tener una buena autoestima, sino que, además, pueda ser un hombre de bien, una entidad al servicio de los demás. Sin estos primeros momentos de la existencia, dicen los sicoanalistas, es poco probable que el ser humano pueda tener una práctica de vida apropiada o feliz.

El segundo componente tiene que ver  con aquello que hace una buena convivencia multicultural. Sucede que en muchos Estado-Nación (contemporáneos) donde coexisten muchas culturas milenarias o las llamadas “minorías culturales”, las instituciones y sistemas legales no responden a las particularidades de esos pueblos. Los métodos de la implementación de la justicia, las formas de enseñanza; el sistema de repartición de las tierras y las riquezas, etc, están basadas en el discurso de la homogeneidad.

El discurso de la homogeneidad, como la tesis de que el Perú es una nación mestiza, siempre ha buscado justificar, en el fondo, las enormes brechas existentes entre la sociedad mayoritaria y las culturas indígenas. Resulta que a la larga, el statu quo jurídico de esos países  (Estados-Naciones como el nuestro) siempre han simbolizado una amenaza y exclusión para las minorías por lo que es necesario hacer reformas estructurales. Es lo que se discute también en filosofía política y que en sí persiguen resolver los conflictos de la interculturalidad (que son las relaciones internas de las culturas entre sí).

Hacer reformas,  supone, por su puesto, primero una toma de consciencia de la problemática para luego encaminar sus posibles soluciones y, segundo, supone un “ponerse en el zapato del otro” para por medio de ahí comenzar a entablar un nuevo tipo de relaciones inter-institucionales y sociales.

Veo que en una sociedad como la nuestra, esto todavía está en proceso pero que tarde o temprano tendremos que llegar a concretar. Quizás esto sea una tarea más directa para las nuevas generaciones.

Finalmente, no veo que en nuestro país se vayan dando las condiciones para que los dos componentes para un auténtico reconocimiento sean reales (componentes que acabo de explicar y cuyas ausencias nos deben ser  rutas a construir-algo en cual todos estamos, necesariamente, invitados).

MUCHAS GRACIAS.

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