miércoles, 27 de julio de 2011

El problema del Perú



Nuestro tiempo exige un nuevo modelo teórico que busque remplazar el esquema tradicional del Perú como Estado-Nación y  el gobierno de una minoría blanca y capitalina.

Para nosotros, son tres los elementos básicos a tener en cuenta en la búsqueda de ese modelo en el que el poblador del distrito más alejado del país como el vecino de San Isidro se sientan partícipes de un proyecto común: 1) la necesidad de no importación ideológica, 2) la importancia de la Pluralidad Social como concepto teórico y práctico a la hora de legislar en materia de ciudadanía y, 3) la necesidad de “resguardar la verdad” como horizonte de diálogo y apuesta política.

Por muchos años, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre y Víctor Andrés Belaunde ensayaron visiones sobre el Perú desde distintos continentes. Perspectivas que en la práctica no eran acordes a nuestra realidad debido a que eran interpretaciones desde Europa o desde América del Norte. Además, sus visiones buscaban desentrañar solo una parte de la realidad (en su mayoría desde la costa), absolutizándola, y no pretendían tener una aproximación conjunta, integrándola. El Partido Comunista Peruano o el “Anti-imperialismo” o la “Síntesis viviente” son pruebas de esto. Todas son propuestas de peruanos pero con un espíritu extranjero.

Pensamos que las lecturas que se hagan a partir de ahora deben ser lecturas que se construyan a base de nuestra herencia histórica y cultural. Se ha dicho que los peruanos, en su mayoría, se sienten orgullosos del pasado inca más no del inca contemporáneo, hoy, pobre y arrinconado en la puna o en las calles de la ciudad. ¿Es que es tan diferente Manco Cápac del niño que vende caramelos en el barrio más concurrido y de rastros netamente andinos?

Las paradojas de una ciudad como esta no son nada exclusivas, son bastante comunes en otras capitales como México D.F o Caracas. Capitales cuyas naciones comparten historias similares pero que son necesarios re-plantearlas. Es decir, re-plantear el esquema de relaciones y la forma de concebir el pasado y el presente, pues nadie puede  afrontar algún problema determinado si antes no es consciente de que está equivocado o carece de salud personal. Nuestras sociedades latinoamericanas requieren una distinta forma de entablar vínculos y esto pasa por asumir “el error histórico” de creernos los europeos de América para pasar a ser los sudamericanos o los  latinos del siglo XXI; seres cuyas raíces son dispares y heterogéneas pero que en esencia “son de aquí…”.

Esto supone releer las cartografías donde residen los incidentes que marcaron las identidades de nuestras naciones y comenzar a “tener otra mirada” ante el mundo que se nos va entrecruzando. Por su puesto, esto puede calificarse con un nuevo nacionalismo. Lo es en parte en el sentido de que “se busca encontrar la verdad de nuestros orígenes” para saber apreciar lo bueno y lo malo de nosotros mismos. Pero es falso también porque esta búsqueda no es un chauvinismo, una reivindicación étnica o social que luego buscaría terminar en un sistema político (como quizás pasa en Venezuela, Ecuador o Bolivia).

De la posibilidad de un auténtico reconocimiento y de la interpretación que se haga a base de ahí estriba el éxito o el fracaso de lo que  podamos proyectar como pueblos hacía el futuro.

Nuestro tiempo exige también a tener presente a la Pluralidad Social como un elemento indispensable no solo a la hora de legislar en materia de ciudadanía, sino también a la hora de recomponer esa “nueva ciudadanía”. Existe en nuestro país una reivindicación étnica de quechuas,  aymaras y  amazónicos lo que a la larga será un problema y quizás una oportunidad para la reestructuración de nuestra Realidad Nacional. Ante la ausencia de un orden jurídico apropiado, es importante ir pensando en un nuevo esquema jurídico que reconozca y fortalezca todas estas tendencias. Aquí también están aquellas minorías contemporáneas que buscan un mayor involucramiento y aceptación. Véase aquí las vertientes de liberación sexual, los movimientos de independencia religiosa, etc. Sin embargo, es necesario no confundir entre una “explosión social descontrolada e irresponsable” y lo que sería “el respecto civil de las minorías” testimoniado en las leyes y la consciencia pedagógica de la gente.

Evidentemente esto acarreará múltiples dificultades, pero nuestras sociedades están destinadas necesariamente a este proceso, debido a que el esquema convencional de “modelo único” se ha desbordado: miremos por ejemplo el escándalo de Martha Hildebrandt con una congresista aimara, acusándose mutuamente, en los pasillos del congreso, de ignorantes o ilustrados. Cada quien, según la temperatura de la discusión, o era erudita o era inculta; erudita o inculta  pero “desde su punto de vista”.  Caso similar sucedió también cuando un diario local tildó de “ágrafa” a la congresista Sumiri (tratando de demostrar así la supuesta incapacidad de la congresista por el solo hecho que no sabía escribir bien el español).  Visiones contradictorias  y carentes de todo argumento racional como estas son el resultado de una sociedad aún en transición y que necesita de “nuevos aires y mentalidad”. Esto es un desafío que debe ser asumido por la “nueva educación” que se debe impartir a partir de ahora.

La lectura del Estado-Nación y del Perú como una nación mestiza ha conllevado a una dictadura  histórica de la verdad. En nombre del Estado-Nación se han arrasado con civilizaciones enteras. Se han destruido almas y universos. El individuo o el modelo.  Los que predican la verdad como algo acabado no han entendido el papel transitorio de los conceptos y son los causantes de los peores sufrimientos humanos. Era Stalin en la Rusia comunista, “Los Chicago Boys” de los setenta o Fujimori-Montesinos en el pasado con el “terrorismo de Estado”.

Nuestras naciones están atravesadas de enormes prejuicios. Es muchas veces la religión un problema, no tanto como tal sino su “institucionalización”. Lo es cuando por ejemplo usan, al bautizar a indígenas amazónicos, nombres bíblicos por el solo hecho de que sus nombres originales no son pronunciables. La imposición de un “único modelo” no solo se vive y se ha vivido en este campo. También las ideologías marxistas han destruido civilizaciones. También las ideologías económicas. Es la instrumentalización de las cosas la que mayor tragedia ha conllevado a las familias y entornos que habitan esta parte del planeta, así como otros espacios y territorios.

Cuando uno recorre los pueblos de Ayacucho verá la tristeza que los empapa y las heridas aún abiertas que les dejó Sendero y el MRTA. Cuando se viaja por la selva loretana, también notará los dolores inolvidables que muchos ancianos de tribus y etnias enteras sienten  al recordar la época oscura del caucho. Todo este pasado es una consecuencia de un “imperio de los sistemas” y de la moral que congénitamente arrastra. Ante esto, es crucial trascender dicha dictadura para encontrar una nueva dimensión de afectos y de participación.

Aquí, necesariamente el factor político será esencial. He ahí el rol de las universidades también y de su papel como “instancias de formación y creadoras de posibilidades”.

Finalmente, “resguardar la verdad” como horizonte de diálogo y apuesta política es entender la necesidad de reformas estructurales de nuestra sociedad a partir de criterios democráticos. Respetando los derechos básicos de cada quien dentro de su propio sistema y "de todos construidos por todos". Por ningún motivo se debe aceptar la imposición  de alguna iniciativa o el carácter temporal y superficial de alguno de los cambios que se planteen. Todos ellos deben ser el resultado de un consenso, de una apertura constante, pero empujados por una fuerza que imprima su sello renovador. A esto y otras acciones estamos invitados todos. Y es el principal dilema de nuestro tiempo.

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